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 El Ahijado 
Alterna y Corriente, Mexico City 
August 7 2009 
Paola de Anda  Amanda Gutiérrez  Begoña Morales 
Tania Candiani  Enrique Ježik  Ivan Edeza 
Edgar Orlaineta  Michalis Pichler  Misaki Kawabe 
Ichiro Irie  Marissa Magdalena  Elyse Reardon-Jung 
Andrés Basurto  Laura Ortiz  Abraham Jiménez 
Nathalie Regard  Erika Harrsch  Jonathan Scott 
  
info alternaycorriente.com 
Edison 137 - 1er piso  Col. San Rafael 06470.  México D.F. 
  
AMERIGO BONASERA: Be my friend. 
DON CORLEONE: Good. From me you'll get justice. 
BONASERA: Godfather. 
DON CORLEONE: Some day, and that day may never come, I would like to call upon you to do me a service in return. 
(Mario Puzo, Francis Ford Coppola. “The Godfather”. Paramount Pictures, 1971) 
La  formación de la subjetividad y sus contradicciones no solo ha sido un  constante discurrir en la teoría del arte del último siglo; al mismo  tiempo se ha asentado como un tópico central en los debates sobre las  relaciones de poder en la modernidad. Una de las teorías más depuradas  sobre el sujeto y el poder, desarrollada por Michel Foucault, sugiere  conservar una conciencia histórica para pensar el poder, analizar sus  relaciones, y lograr vincularlo con las experiencias que construyen  nuestra de realidad. 
En el presente proyecto, el padrinazgo es un  concepto eje para señalar un modo predominante de ejercer el poder que  regula relaciones entre individuos y entre grupos. Este poder consiste  en un gesto paternal (impuesto por la tradición o el aprendizaje) que  funciona principalmente en tres esferas sociales: religiosa, familiar y  mercantil. El apadrinamiento compromete en distintos grados la  asistencia, cooperación, compañía y respaldo del protector hacia un  beneficiario denominado “ahijado”. Asimismo, bajo el título de padrino  (asignado o voluntario) se puede manifestar el resguardo incondicional  de varios individuos a la vez, viendo por su bienestar a lo largo de su  vida. Este gesto es equiparable con lo que Foucault denominó “poder  pastoral”, un tipo de poder servil, orientado al cuidado de cada  individuo e incluso al sacrificio por la vida y “salvación” de la  comunidad. 
En la actualidad podemos identificar la figura del  padrino en dos vertientes principales. La más arraigada es la vinculada a  la ética cristiana tradicional, donde éste asiste en el sacramento de  su ahijado, legitimándolo. La segunda comprende su papel en la familia y  en el ámbito mercantil o empresarial, ambos consecuencia de la  integración del poder pastoral al estado moderno y a sus instituciones.  En la familia (consanguínea, política o simbólica), el padrino ejerce un  poder patriarcal que, bajo una ética individual, determina las  funciones y compromisos de sus miembros protegiendo a sus ahijados. Un  ejemplo extremo de éste papel es el asociado con la Mafia (redes de  agrupaciones secretas con poder político y económico, basadas en  jerarquías carnales y afectivas), donde tiene un amplio reconocimiento.  Por último, en el ámbito empresarial, el apadrinamiento generalmente  cumple una función altruista ejercida por corporaciones, la cual implica  la contribución voluntaria en la mejora de las condiciones de vida de  individuos o grupos vulnerables, mediante proyectos de desarrollo que  pretendan beneficiar a toda una comunidad. 
En cualquiera de sus  acepciones, el padrino ejerce cierto poder que conlleva modos de  responsabilidad para ambas partes. Así el ahijado, sabiéndose  beneficiario, adquiere el adeudo moral de responder dignamente a la  garantía que se le ha otorgado. 
Si bien en la esfera cultural  contemporánea el poder pastoral reside principalmente en un catálogo de  mecenas modernos (instituciones, empresas e individuos capaces de  auspiciar, distribuir y legitimar la producción artística protagónica),  éste poder también se ejerce desde el entramado de los productores,  quienes ocasionalmente tienen la facultad de seleccionar bajo “libre  albedrío” a sus similares para asistirles y cooperar para su mutuo  desarrollo. La exposición El Ahijado apropia el gesto del apadrinamiento  cómo mecanismo de selección de los artistas que la integran. Siguiendo  esta lógica, cada uno de quienes conforman el comité curatorial  (Alejandro Almanza, Anibal Catalán, Miguel Cordera, José Luis Cortés,  Lucía Díaz y Helena Fernández-Cavada) apadrinó a un artista  arbitrariamente, invitándolo a participar de la muestra. Bajo un  criterio individual libre, el artista invitado o ahijado, debió a su vez  apadrinar a uno más, y éste posteriormente a un último. 
Más que  aproximarse directamente al problema del ejercicio del poder, la obra  que conforma esta exhibición es el testimonio de la práctica individual y  grupal del mismo. Si asumimos que el poder únicamente existe cuando se  ejerce, la diversidad del trabajo mostrado quizá sólo responda a la  naturaleza de la relación entre cada par de artistas (padrinos y  ahijados), que puede ser todo menos la manifestación de un consenso. 
Finalmente,  aunque el padrinazgo también pueda ser un ejercicio de poder bilateral,  y a pesar de que Foucault haya pronunciado que no hay relación de poder  sin resistencia, siempre existirá una oferta que no sea posible  rechazar. 
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